DESASTRES NATURALES en "VIVE"

21.05.2021

BAJA CALIFORNIA

Siempre, desde que se sintió atraído por el surf, Germán Sobrino había soñado con viajar a Hawai. Desgraciádamente el descender de una familia con escasos recursos económicos era un impedimento que ponía freno a sus sueños de cabalgar las míticas olas. Desde que tenía uso de razón, con apenas cinco años, acudía a la playa para ver a los turistas que llegaban cada vez en mayor cantidad. Pasaba allí horas y horas, contemplando las piruetas que los estadounidenses realizaban sobre unas tablas que nunca antes había visto. No tenía claro que era lo que le empujaba a ello: tal vez los llamativos colores de sus trajes, tal vez un estilo de vida distinto, que con el tiempo, a medida que Germán crecía, definió como "nómadas modernos"

A sus veintitrés años, un golpe de suerte parecía haber cambiado el curso de su existencia y por fin podía ver su sueño convertido en realidad. Todo había comenzado apenas un par de años atrás, cuando el mítico Kelly Slater, al verle tanto tiempo allí postrado, le había regalado una de sus tablas. Con la sonrisa saliendo de su cara, incapaz de contener tanta alegría, Germán se introdujo en el mar, braceó hasta colocarse en la posición correcta y, cuando consideró que llegaba una ola adecuada, avanzó, se levantó y, por primera vez en su vida pudo cabalgar sobre las aguas, tal y como había observado tantas y tantas veces.

Era consciente de que Kelly, su ídolo, observaba desde la orilla. Por ello se decidió a realizar varios movimientos, antes de desaparecer en un mar de espuma que lo volteó inmisericorde. Cuando su cabeza afloró volvió la vista al escuchar aplausos en la orilla. Pensó que alguien habría ejecutado algún tipo de maniobra, pero se sorprendió y ruborizó al comprobar que era a él a quien dirigían los aplausos.

Se dejó llevar, regresando a tierra para agradecer a Kelly el regalo pero este, al llegar, no le permitió hablar y directamente lo abrazó.

-¿Dónde has aprendido a surfear así?- preguntó. -¿Quién te ha enseñado?

Azorado y sonrojado, solo alcanzó a decir.

-Es mi primera vez.

Sin duda se encontraba en el paraíso. Hawai era tal y como había visto en tantos vídeos, exactamente como soñaba. Y ahora por fin, sorprendentemente, se encontraba allí, turnándose con el que seguía siendo su ídolo, además de su mentor y mecenas, para coger las mejores olas de la temporada. Era el turno de Germán. Se colocó en posición y, cuando las aguas comenzaban a elevarlo, braceó para coger velocidad, alzándose rápidamente y comenzando a cabalgar sobre el mar. Un quiebro a izquierdas y, de inmediato, volver a colocarse en la dirección inicial, dibujando una "zeta" perfecta sobre la espuma que comenzaba a caer por encima de su cabeza, formando un tubo perfecto. Desde la orilla, Germán parecía haber sido engullido por las aguas. Sin embargo, poco después, reaparecía en la embocadura y, en vista de la proximidad de la rompiente, se dejaba caer para sumergirse unos instantes y reaparecer después, lanzando un grito de satisfacción que se escuchó desde la orilla. Había sido memorable.

De pronto las aguas comenzaron a retirarse. Al principio ninguno se dio cuenta pero, pasados unos segundos, los gritos de alarma llamaron la atención de los surfistas, que se afanaron en regresar a tierra.

-Tsunami.... ¡¡¡TSUNAMI!!!

Germán también escuchó las advertencias pero, en lugar de salir a tierra para intentar ponerse a salvo, se sujetó fuertemente a su tabla y comenzó a internarse más y más en la mar, arrastrado por unas aguas que dejaban al descubierto rocas que pocos segundos antes permanecían varios metros bajo la superficie.

-¡¡¡Germán, regresa!!!- berreaba Kelly Slater, haciendo gestos ostensibles con sus brazos. -¡VUELVE!

Pero, a pesar de ser consciente de lo que sucedía, su cabeza realizó un análisis de la situación y decidió que, aunque corrieran, de poco serviría puesto que no tenían elevaciones en el entorno cercano a donde poder acudir para protegerse de lo que se avecinaba. Por ello, en lugar de huir, se dispuso a disfrutar. Siempre había enfocado así su vida y ahora, intuyendo que eran sus últimos minutos, no pensaba cambiar ni un ápice.

Se internó cerca de dos centenares de metros en las aguas. Cuando la gigantesca ola comenzó a levantarse a lo lejos, formando una pared infranqueable, Germán pensó que nunca jamás había visto nada igual. Era tan alta como un gran rascacielos. El rugido infernal que se escuchaba parecía el bramido de todos los animales de la tierra juntos, al unísono, ensordecedor. Pero, en esencia, no dejaba de ser una ola más, la mejor de ellas.

No lo dudó. Se colocó en posición, llegado el momento se levantó sobre la tabla y durante unos segundos, consiguió mantenerse en un equilibrio perfecto sobre la mayor ola que un surfista había dominado jamás. La satisfacción inundó su rostro por completo, antes de desaparecer para siempre bajo la atronadora espuma.