"A UN DISPARO DE DISTANCIA" ya está en imprenta.    GRACIAS/ESKERRIK ASKO

13.08.2025

Una vez más hemos alcanzado el objetivo gracias a vuestras y vosotros. Es indescriptible la sensación de poder hacer las cosas a mi manera, de un modo distinto. Y para agradecer vuestro apoyo, os comparto el primer capítulo. Reaparece Jonathan Freijomil con sed de venganza. Espero que os guste.

CAPÍTULO 1

Ahora me doy cuenta. Había estado jodido. Muy jodido. Como un puto perro sarnoso, como una monja octogenaria que descubre de pronto que el Dios al que ha dedicado los mejores años de su vida no existe, como una madre a cuyo hijo diagnostican una enfermedad terminal, como un borracho sin un puto trago que llevarse al gaznate. Jodido, sí, muy jodido. Tanto como no recordaba desde los lejanos tiempos de mi adicción al caballo. Me hundí sin remedio y busqué evadirme, olvidarme del maldito mundo. Tal vez por ello, pensé en volver a agujerear mis venas. Sin embargo, sin tener ni puta idea de porqué, en lugar de hacerlo comencé a beber descontroladamente, enlazando una borrachera con la siguiente, de manera continuada, hasta que perdí todo vínculo con la realidad, hasta que me convertí nuevamente en un puto zombi, en un despojo humano. De ese modo, su ausencia dejó de doler tanto y los días pasaron uno tras otro.

Los últimos meses habían sido un vagar sin rumbo, un deambular escondiéndome de la gente, completamente solo, como un ermitaño que se camufla entre la multitud para pasar desapercibido. Me arrastré cual gusano y, cuando toqué fondo, conviví con mis demonios más perversos. Me insultaron, me agarraron de las pelotas y me torturaron, me arrancaron cachitos del alma que jamás regresarían, me sodomizaron sin compasión, me escupieron, me patearon salvajemente… hasta que, en mi interior, vi nacer una energía poderosa que me impulsó a tratar de recuperarme, de levantarme, de enfrentarme a los mismos. No tardé en descubrir que era el odio, la sed de venganza, el deseo de la sangre, de devolver el dolor recibido.

A mis cuarenta y cuatro años, yo, Jonathan Freijomil, había vivido todo lo imaginable en mi jodida existencia, desde una juventud en la que todo tipo de drogas marcaban el rumbo a seguir, donde todo valía para lograr la ración de jaco diaria, hasta una estabilidad emocional junto a mi esposa, con la que tuve a mis hijos y a la que debí abandonar para protegerla. Así al menos me justificaba a mí mismo, intentando engañarme puesto que, en realidad, la hubiera abandonado igual para huir junto a aquella prostituta de la que me había enamorado sin remedio. Pero aquel hijo de la gran puta la mató. Ese fue el punto de inflexión. Muerta esta, tras el correspondiente periodo de luto, ahora por fin emergía de mis tinieblas personales. Lo hacía mancillado y dolorido, con nuevas y profundas heridas en mi corazón y en mi mente, que tardarían en sanar, si es que alguna vez lo hacían. Tenía que resurgir, volver a ser yo mismo una vez más. Me encontraba igual de jodido que unos meses atrás, pero, al menos, ahora tenía un objetivo claro que me impulsó a retornar: debía recuperar el control de mi persona para poder ejecutar la venganza. Encontraría a aquel maldito que asesinó a mi amada y acabaría con él. Sería el modo de redimirme, de perdonarme, de regresar a la vida o, al menos, de abandonarla con cierta dignidad.

Era mediodía. Me encontraba sentado junto al puerto de aquel pueblucho de mierda, un enclave olvidado de la costa portuguesa. Alcé mi copa de Oporto, brindando al aire mientras recordaba a Vanessa, como algunas mañanas. Decían que el tiempo todo lo cura, pero aquello no parecía ser cierto, al menos en lo concerniente a mi persona. Nuevamente, al visualizarla, algo se removió en mi interior. Rememoré su imagen de mujer en mayúsculas, con aquella melena morena y rizada que caía hasta media espalda, con aquellos pechos de los que no podía apartar la mirada, con aquella voz tan aguda como sensual y aquel caminar hipnótico. Después apuré la bebida de un trago y, una vez más, fui consciente de que ella ya no estaba y que el futuro que soñaba había sido truncado antes de empezar. Se había ido a tomar por el culo. Entonces pensé en don Fernando, quien no se manchaba las manos, pero era el culpable de todo lo sucedido.

—Me cago en tus putos muertos— mascullé, pensando en él.

Hacía apenas medio año desde que fui captado por aquel hijo de la gran puta con el objetivo de rajar a mujeres gestantes que se encontraran en su último mes de embarazo, a fin de extraer a los bebés ya formados para venderlos en el mercado negro. Bueno, al menos eso quería pensar yo; tal vez no fuera así y, simplemente, buscaban sus órganos dado que, en los difusos márgenes de lo legal, estos podían alcanzar cifras astronómicas. Sea como fuere, aquello no era de mi incumbencia; cada bebé me aportaba una suculenta tajada y eso era todo. Después de actuar solamente debía de limpiarme, como se lava el carnicero al concluir su jornada, como se quita el polvo el minero cuando sale del agujero sucio y oscuro de la mina, dejando a un lado sentimentalismos y, simplemente, esperaba el pago correspondiente por la labor desempeñada profesionalmente.

Trabajé para el cabrón de don Fernando por un tiempo -no soy capaz de recordar cuantos bebés extraje- antes de sacar del armario a mi "yo" sindicalista y tratar de reivindicar unas condiciones laborales dignas, lo que se traducía básicamente en un aumento salarial que indicara que mi valoración se correspondía con el desempeño demostrado. No esperaba que aquel maldito bastardo reaccionara de un modo tan salvaje, asesinando a mi amante sin misericordia. ¡Por pedir un simple aumento, joder! ¿Te imaginas que tu jefe, ante una petición de incremento salarial, asesina a quien más amas? Pues eso era, precisamente, lo que había sucedido.

Dejé el vaso sobre la sucia mesa, apreté los labios y noté la sangre recorriendo mi cuerpo, envenenándolo y llenándolo de resentimiento hasta inundar la última célula de este con aquella determinación de resarcimiento.

—Te encontraré y acabaré contigo— murmuré entre dientes, rabioso.

La pareja que se encontraba sentada a mi lado se volvió a mirarme y entonces yo, sin hacerles el más mínimo caso, pasé mi mano por la cabeza, comprobando que el pelo permanecía completamente en punta, antes de levantarme y alejarme caminando sin rumbo por el paseo marítimo. No apreciaba la belleza del lugar puesto que mi mente se encontraba ocupada en una sola cosa: imaginaba los distintos modos en que haría sufrir al bastardo antes de acabar con su vida.

De este modo daba por concluido el luto, o como cojones quisieran llamar al bajón que había tenido, para comenzar la búsqueda, para obtener resultado. Debía organizar la misma del modo más profesional posible.